Maria Luisa Mendonça y Marluce Melo
Recientes estudios sobre los impactos causados por los combustibles fósiles han contribuido para poner el tema de los agrocombustibles al orden del día. Actualmente, la matriz energética mundial está compuesta por petróleo (35%), carbón (23%) y gas natural (21%). Diez de los países más ricos, solos, consumen cerca del 80% de la energía producida en el mundo. Entre éstos, los Estados Unidos producen el 25% de la contaminación atmosférica.
Brasil es el cuarto país del mundo que más emite gas carbónico hacia la atmósfera. Esto ocurre principalmente en consecuencia de la destrucción de la selva amazónica, que representa el 80% de las emisiones de carbono del país. La expansión de monocultivos para la producción de agroenergía tiende a profundizar este problema, ejerciendo una presión cada vez mayor sobre la frontera agrícola de la Amazonia y del cerrado brasileño. Brasil es prácticamente autosuficiente en producción de energía. Por lo tanto, la expansión de la producción de agrocombustibles tiene como objetivo central atender la demanda de otros países, lo que debe acelerar el calentamiento global en lugar de contribuir para la preservación del planeta.
La aceleración del calentamiento global es un hecho que pone en riesgo la vida del planeta. Sin embargo, hay que desmistificar la principal solución señalada actualmente, difundida a través de la propaganda sobre los supuestos beneficios de los agrocombustibles. El concepto de energía “renovable” debe ser discutido desde una visión más amplia que considere los efectos negativos de estas fuentes.
Aprovechándose de la legítima preocupación de la opinión pública internacional a causa del calentamiento global, grandes empresas agrícolas, de biotecnología, petroleras y automotoras se dan cuenta de que los agrocombustibles representan una fuente importante de ganancias.
Un cambio en los actuales patrones de consumo, principalmente en los países del hemisferio norte, es imprescindible, pues ninguna fuente alternativa de energía sería capaz de suplir la actual demanda. No obstante, la opción por la reducción del consumo es prácticamente excluida del debate oficial cuando se trata de discutir medios de disminuir la contaminación atmosférica. El primer paso en este sentido debería ser la inversión masiva en transportes públicos, además de políticas de racionalización, contención de desperdicio y ahorro de energía, y de la implementación de una diversidad de fuentes alternativas y verdaderamente renovables.
Sin embargo, a partir de los años 20, tras la Primera Guerra Mundial, se construyó la fase del capitalismo conocida como “fordismo”, basada en la poderosa industria automotora creada por Henry Ford, con estrechos vínculos con el sector petrolero. “La humanidad de la era industrial sacrifica tiempo, espacio, riquezas naturales y, a veces, las propias vidas por esas máquinas a las cuales los publicitarios atribuyen virtudes mágicas”, describe el periodista Antonio Luiz Costa, de la revista Carta Capital.
En 1973, se debía a los vehículos automotores el 42% de las emisiones de gas carbónico. Este índice subió al 58% en 2000 y la tendencia de aumento permanece. Analistas estiman que, dentro de 25 años, la demanda mundial de petróleo, gas natural y carbón habrá aumentado en un 80%.
La Organización Mundial de la Salud alerta sobre 1,2 millones de personas que mueren y 50 millones que quedan incapacitadas por año como consecuencia de accidentes de tránsito. En los Estados Unidos, los accidentes automovilísticos son la principal causa de muertes de personas hasta los 44 años. En ese país, los vehículos ocupan el 43% del espacio de las ciudades, siendo 33% por las calles y 10% para estacionamientos, y existen 770 automóviles para cada mil personas.
Pensar que la solución para salvar la vida en nuestro planeta es seguir abasteciendo la misma cantidad de vehículos, ya sea con combustibles fósiles o con agrocombustibles es, como mínimo, ingenua. Además de su inviabilidad económica, los agrocombustibles causan serios problemas ambientales, como veremos más adelante.
Las guerras por fuentes de energía
La mayoría de las guerras de las últimas décadas tienen como factor central el control de fuentes de energía. En este escenario, la política energética de los Estados Unidos, seguida por otros países de Europa, puede determinar la opción por un conflicto armado o invasión de territorios extranjeros. Además de representar un tema central en su política externa, el gobierno de los Estados Unidos aspira a garantizar el monopolio de fuentes de energía (tradicionales o alternativas) por parte de grandes empresas.
Muchos conflictos armados y procesos de militarización implican también el interés por el control de fuentes naturales de agua, que tienen, entre otras funciones, la de generar energía.
Según estimativas de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), 1.200 millones de personas no tienen acceso a agua potable y 2.400 millones no tienen acceso a saneamiento básico. Cada año, cerca de 2 millones de niños mueren por enfermedades causadas por agua contaminada. En los países más pobres, uno de cada cinco niños muere antes de los cinco años de edad por enfermedades relacionadas a la contaminación del agua. El Relator Especial de la ONU sobre Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler, caracteriza esta situación como un “genocidio silencioso”.
El agua es un recurso natural insustituible. Si se mantiene el actual ritmo de destrucción de sus fuentes, mitad de la población mundial quedará sin acceso a agua potable dentro de tan sólo 25 años. E aumento de los monocultivos tiende a profundizar la violación el derecho fundamental de acceso al agua para el consumo humano.
Sin embargo, el estándar de vida basado en el alto consumo de energía está garantizado para los sectores privilegiados en los países centrales y periféricos, mientras que la mayoría de la población mundial no tiene acceso a servicios básicos. Según el instituto World Energy Statistics, el consumo per capita de energía en los Estados Unidos es de 13.066 kwh, mientras que la media mundial es de 2.429 kwh. En América Latina el promedio de es 1.601 kwh.
Con el proceso de privatización de estos servicios, hay un interés aun mayor por parte de las empresas transnacionales que lucran con esta política. El monopolio privado de las fuentes de energía está garantizado a través de cláusulas presentes en los Acuerdos de Libre Comercio (bilaterales o multilaterales), en las políticas implementadas por el Banco Mundial y por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que estimulan desde la mercantilización de bienes naturales hasta el desarrollo de megaproyectos de infraestructura y de la industria de la guerra.
En América Latina, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estimula la producción de agrocombustibles con el argumento de que debemos utilizar nuestros “enormes potenciales de tierra cultivable, condiciones climáticas y costos de manos de obra”. El Banco ha anunciado recientemente su intención de invertir 3 mil millones de dólares en proyectos privados de agroenergía.
La Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA) también prevé una serie de grandes proyectos energéticos. Sin embargo, este modelo de integración sigue nuestro patrón histórico que, desde la colonización, ha favorecido los intereses de grandes empresas y cumplido con el objetivo de exportar materia prima barata y recursos naturales a países centrales o metrópolis.
En este contexto, el papel de los países periféricos es proveer energía barata a países ricos, lo que representa una nueva fase de la colonización. Las actuales políticas para el sector son sustentadas en los mismos elementos que marcaron la colonización: apropiación de territorio, de bienes naturales y de trabajo, lo que significa una mayor concentración de la tierra, del agua, de la renta y del poder.
El Mito de los Agrocombustibles
Es necesario desmistificar la propaganda sobre los supuestos beneficios de los agrocombustibles. El concepto de energía “limpia” y “renovable” debe ser discutido a partir de una visión más amplia que considere los efectos negativos de estas fuentes.
La producción de etanol a partir de la caña de azúcar y del maíz
En el caso del etanol producido a partir de la caña de azúcar, el cultivo y el procesamiento de la caña contaminan el suelo y las fuentes de agua potable, pues utilizan gran cantidad de productos químicos. Cada litro de etanol producido dentro del ingenio, en circuito cerrado, consume cerca de 12 litros de agua. Esta cantidad no incluye el agua utilizada en el cultivo, que, en el caso de los monocultivos irrigados, consumen mucho más. Por lo tanto, la producción de agroenergía representa un riesgo de mayor escasez de fuentes naturales y acuíferos.
El proceso de destilación del etanol produce un residuo llamado vinaza. Para cada litro de etanol producido son generados de 10 a 13 litros de vinaza. Una parte de la vinaza puede ser utilizada como fertilizante, si se la diluye en agua. Sin embargo, los investigadores advierten que esta sustancia contamina ríos y fuentes de agua subterráneas. Si la producción anual de etanol en Brasil es de 17 mil millones de litros, ello significa que por lo menos 170 millones de litros de vinaza son depositados en las regiones de los cañaverales al año.
Por otra parte, la quema de la caña sirve para facilitar el trabajo de la cosecha, además de que, cuando se corta caña quemada, la mano de obra es más barata. Sin embargo, esta práctica destruye gran parte de los microorganismos del suelo, contamina el aire y produce enfermedades respiratorias. El procesamiento de la caña en los ingenios también contamina el aire a través de la quema del bagazo, que genera hollín y humo. El Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales ha decretado estado de alerta en la región de los cañaverales en São Paulo (mayor productor de caña del país) porque las quemadas llevaron a una humedad relativa del aire de niveles extremadamente bajos, entre 13% y 15%.
Además de la degradación ambiental y del uso indiscriminado de los recursos naturales, el monocultivo de la caña de azúcar domina algunas de las mejores tierras cultivables del país. La expansión de este monocultivo sustituirá tierras productoras de alimentos por producción de agroenergía, guiada por la lógica de la ganancia. En Brasil, la producción de caña de azúcar ha invadido áreas de asentamientos de la Reforma Agraria, de comunidades tradicionales y de otros sectores del agronegocio, como la pecuaria.
En el caso de la producción de etanol a partir de maíz, el problema central es el riesgo que este proyecto presenta para la soberanía alimentaria. La diferencia en relación a otros cultivos es que el maíz es uno de los principales granos que forman la base de la alimentación humana y su utilización como combustible debe generar un aumento de precios de varios productos.
Recientemente, el gobierno de los Estados Unidos anunció que pretende sustituir el 20% del consumo de gasolina con etanol. En la actualidad, el maíz es la base da la producción de etanol en los EEUU. La meta del gobierno Bush es llegar a una producción anual de 132 mil millones de litros de etanol hasta 2017. Para ello, Estados Unidos (mayor productor de maíz del mundo) tendría que utilizar toda su producción (268 millones de toneladas de maíz) y aun así necesitaría importar cerca de 110 millones de toneladas – lo que equivale al total de la producción anual de maíz en Brasil.
En 2006, el precio del maíz en el mercado mundial tuvo un aumento del 80%. En México, el aumento de las exportaciones de maíz para abastecer el mercado de etanol en los Estados Unidos causó un aumento del 100% en el precio de las tortillas, que representan la principal fuente de alimento de la población. En la China, previendo un problema de abastecimiento, el gobierno ha prohibido la producción de etanol a partir de maíz.
La edición de marzo de 2007 de la revista Globo Rural trae un artículo que dice: “En términos mundiales, el cultivo de maíz deberá avanzar sobre las áreas de soja, trigo y algodón, lo que va a causar un alza generalizada de estos productos en un verdadero efecto dominó”. Los precios del trigo y del arroz ya subieron, pues la demanda de estos cereales aumenta a medida que la población busca alternativas para remplazar el maíz.
El alza del precio del maíz debe afectar también el costo de la cría de aves, vacunos y porcinos, pues representa un 75% de todos los granos utilizados en la ración balanceada para animales. Esto acarrea un incremento en el precio de productos derivados, como leche, huevos, queso, manteca, etc. Según el director de la Unión Brasileña de Avicultura, Clóvis Puperi, “ningún cereal tendría la capacidad de sustituir el maíz con rapidez y sin causar un terremoto en el mercado.
Otra amenaza es la elevada cantidad de agua utilizada en la producción de maíz. Según el profesor Pimentel, de la Universidad de Cornell, en Nueva York, para cada kilo de maíz producido, se gastan de 500 a 1.500 litros de agua. Y para producir un litro de etanol a base de maíz, se necesitan de 1.200 a 3.600 litros de agua. Además, los ingenios son movidos a carbón o gas, lo cual resulta en mayor emisión de carbono a la atmósfera.
La producción de diesel vegetal a partir de la soja y del aceite de palma
En el caso de la soja, las estimativas más optimistas indican que el saldo de energía renovable producido para cada unidad de energía fósil que se gasta en el cultivo es de 0,4 unidades. Esto se debe al consumo de petróleo utilizado en fertilizantes y en máquinas agrícolas. Además, la expansión de la soja ha causado una enorme devastación de las selvas y savanas, destruyendo la biodiversidad en varios países, incluso en Brasil.
No obstante ello, la soja ha sido presentada por el gobierno brasileño como principal cultivo para el agrodiesel, por el hecho de que Brasil es uno de los mayores productores del mundo. “La cultura de la soja surge como la joya de la corona del agronegocio brasileño. La soja puede ser considerada como la cuña que permitirá la apertura de mercados de biocombustibles”, afirman investigadores de EMBRAPA – Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria.
El gobierno estima que más de 90 millones de hectáreas de tierras brasileñas podrían ser utilizadas para producir agrocombustibles. Solamente en la Amazonia, la propuesta es cultivar 70 millones de hectáreas con dendê (aceite de palma). Este producto es conocido como “diesel de la deforestación”. Su producción ya ha causado la devastación de grandes extensiones de selvas en Colombia, Ecuador e Indonesia. En Malasia, el mayor productor mundial de aceite de palma, el 87% de las selvas fueron devastadas. En Indonesia, el gobierno pretende expandir la producción de aceite de palma en 16,5 millones de hectáreas, lo que puede resultar en la destrucción del 98% de las selvas. Varias organizaciones ambientalistas alertan que la expansión de monocultivos en áreas de selvas representa un riesgo mucho mayor para el calentamiento global que las emisiones de carbono provenientes de combustibles fósiles.
Más allá de la destrucción de tierras agrícolas y de selvas, hay otros efectos contaminantes en este proceso, como la construcción de infraestructura de transporte y almacenamiento, que demandan gran cantidad de energía. Sería necesario también aumentar el uso de máquinas agrícolas, de insumos (fertilizantes y agrotóxicos) y de irrigación para garantizar el aumento de la producción. En el caso del aceite de palma, un estudio del instituto Delft Hydraulics constató que cada tonelada producida representa 33 toneladas de emisiones de dióxido de carbono. Por lo tanto, este combustible vegetal contamina 10 veces más que el diesel común.
La producción de biomasa a partir de material celulósico
Nuevas investigaciones pretenden introducir en el mercado mundial la llamada “segunda generación” de agrocombustibles, desarrollados a partir de material celulósico, que estarían disponibles dentro de aproximadamente diez años. Con ello, se crea la idea de que los agrocombustibles producidos a partir de fuentes de alimento serían sustituidos rápidamente, alejando el riesgo de impacto sobre la seguridad y soberanía alimentaria. Pero, en el caso de que se mantenga el actual ritmo de expansión de las plantaciones de maíz, caña, soja y palma (que actualmente son las principales materias primas para agrocombustibles), dentro de diez años ya tendremos un impacto significativo.
De acuerdo con el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas de Alimentación (International Food Policy Research Institute), el precio de los alimentos puede subir de un 20 a un 33% hasta 2010 y de un 26 a un 135% hasta 2020, en el caso de que se mantenga la actual expansión de la producción de agrocombustibles. Según la FAO, actualmente cerca de 824 millones de personas no tienen acceso a alimentación adecuada. Este número puede subir a 1,2 mil millones como consecuencia del aumento del precio de los alimentos.
Otro mito en relación a los agrocombustibles celulósicos es que no utilizarían tierras agrícolas y de que serían aprovechados residuos orgánicos de las mismas plantaciones de maíz, caña, etc. En primer lugar, lo que se suele llamar residuos orgánicos son fertilizantes naturales que sirven para nutrir y proteger el suelo. Si este material es utilizado para otro fin, sería necesario aplicar fertilizantes químicos, a base de petróleo, lo que anularía los efectos positivos en relación al calentamiento global.
La biomasa a partir de material celulósico se está desarrollando principalmente a través de especies genéticamente modificadas de árboles, que presentan un fuerte peligro de contaminación de otros cultivos, pues es prácticamente imposible controlar su polinización, además del riesgo de extensión de estos cultivos en áreas de selva.
Agrocombustibles transgénicos
Empresas de organismos genéticamente modificados, o transgénicos, pasaron a desarrollar tipos de cultivos no comestibles, solamente para la producción de agroenergía. Como no hay medios de evitar la contaminación de los transgénicos en plantaciones nativas, esta práctica pone en riego la producción de alimentos y puede agravar el problema del hambre en el mundo.
En los Estados Unidos, la producción de etanol ya se hace a partir de un tipo de maíz transgênico, no comestible. Los mismos agricultores admiten que no hay medios de controlar la contaminación, pues cultivan al mismo tiempo maíz para etanol y para el consumo humano.
La expansión de la producción de agroenergía es de gran interés para empresas de organismos genéticamente modificados como Monsanto, Syngenta, Dupont, Dow, Basf y Bayer, que esperan obtener una mayor aceptación del público si difunden los productos transgénicos como fuentes de energía “limpia”.
En Brasil, el grupo Votorantim ha desarrollado tecnología para la producción de caña transgénica para la producción de etanol, a través de dos empresas, Alellyx y CanaVialis, que han hecho recientemente una alianza con Monsanto. Se trata de un acuerdo que permitirá que Alellyx y CanaVialis tengan acceso a genes de soja y algodón transgénicos desarrollados por Monsanto para aplicar esta tecnología en las investigaciones de la caña de azúcar transgénica.
Efectos destructivos para la Reforma Agraria y para los trabajadores y trabajadoras rurales en Brasil
El caso de Brasil presenta elementos que pueden ser verificados en otros países. La industria de la caña fue el sector del agronegocio que más creció en 2005. En 2006, fueron producidos más de 425 millones de toneladas de caña de azúcar en seis millones de hectáreas de tierra. Para 2007, el Ministerio de la Agricultura prevé un incremento de un 10% en la zafra de caña de azúcar. Y esta tendencia de crecimiento debe continuar. Brasil es actualmente el mayor productor mundial de etanol y alcanzó un récord de 17,4 mil millones de litros en 2006. Se estima que hasta 2012 la producción anual de etanol sea de 35 mil millones de litros.
Brasil tiene aproximadamente 200 millones de hectáreas de tierras desocupadas y 130 millones de hectáreas de tierras improductivas, según estudios del II Plan Nacional de Reforma Agraria. La expansión de monocultivos para la producción de agrocombustibles debe ampliar la adquisición irregular, conocida como “grilagem”, de grandes áreas de tierras públicas por parte de las empresas productoras de soja, además de “legalizar” las adquisiciones irregulares ya existentes.
El ciclo de la llamada “grilagem” en Brasil suele empezar con la deforestación, utilizando trabajo esclavo. Luego viene la pecuaria y la producción de soja. Actualmente, con la expansión de la producción de etanol, este ciclo se completa con el monocultivo de caña, Tanto las tierras desocupadas como las tierras improductivas deberían ser utilizadas en la reforma agraria, para la producción de alimentos, para reforestación en las áreas degradadas por el latifundio y para atender la demanda histórica de cerca de cinco millones de familias sin tierra.
Algunas grandes empresas extranjeras han adquirido ingenios en Brasil, entre ellas Bunge, Noble Group, ADM y Dreyfus, además de mega-empresarios como George Soros y Bill Gates.
La industria de la caña genera desempleo
En muchas regiones del país, el aumento de la producción de etanol ha causado la expulsión de campesinos de sus tierras y generado una dependencia en relación a la llamada “economía de la caña”, en la que solamente existen empleos precarios en los cañaverales. El monopolio de la tierra por parte de los dueños de ingenio impide que otros sectores económicos se desarrollen, generando desempleo, estimulando la migración y la sumisión de trabajadores a condiciones de vida degradantes.
Pese a la propaganda de su “eficiencia”, la industria de agroenergía está basada en la explotación de mano de obra barata e incluso esclava. Los trabajadores son remunerados por cantidad de caña cortada y no por horas trabajadas. En el estado de São Paulo, el mayor productor del país, la meta de cada trabajador es cortar entre 10 y 15 toneladas de caña por día. En dicho estado, los trabajadores cobran R$ 2,44 por tonelada de caña cortada y apilada. Para cobrar R$ 413 al mes, los trabajadores tienen que cortar un promedio de 10 toneladas de caña por día. Para ello, son necesarios 30 golpes de machete por minuto, durante ocho horas de trabajo por día.
Según el profesor Pedro Ramos, de la Unicamp (Universidade de Campinas), en los años 80 los trabajadores cortaban cerca de 4 toneladas y cobraban el equivalente a R$ 9,09 al día. Actualmente, para cobrar R$ 6,88 diarios es necesario cortar 15 toneladas. Nuevas investigaciones sobre caña de azúcar transgénica, más liviana y con mayor nivel de sacarosa, significan más ganancias para los dueños de ingenio y más explotación para los trabajadores. De acuerdo con una investigación del Ministerio del Trabajo y Empleo (MTE), “antes 100 m² de caña sumaban 10 toneladas, hoy se necesitan 300 m² para juntar 10 toneladas”.
Esclavitud y muerte de trabajadores
Este patrón de explotación ha causado serios problemas de salud e incluso la muerte de trabajadores. Entre 2005 y 2006 fueron registradas 17 muertes por agotamiento en el corte de la caña. “El azúcar y el alcohol en Brasil están bañados de sangre, sudor y muerte”, afirma la investigadora Maria Cristina Gonzaga, de Fundacentro, un órgano del Ministerio del Trabajo.
En 2005, otras 450 muertes de trabajadores fueron registradas por el MTE en los ingenios de São Paulo. Las causas de estas muertes son asesinatos, accidentes en el precario transporte a los ingenios, enfermedades como paro cardíaco y cáncer, además de casos de trabajadores carbonizados durante las quemas. Maria Cristina Gonzaga estima que 1.383 cañeros murieron en situación similar entre 2002 y 2006.
Entre abril y mayo de 2007, fueron registradas tres muertes de trabajadores en los cañaverales del estado de São Paulo. José Pereira Martins, de 52 años, murió de infarto tras el trabajo en el corte de la caña en la localidad de Guarida. Lourenço Paulino de Souza, de 20 años, fue encontrado muerto en el Ingenio São José, en Barretos.
El 15 de abril, un empleado del ingenio Santa Luiza, en el municipio de Motuca, murió asfixiado y otro quedó gravemente herido, cuando hacían el control de la quema de la caña y fueron alcanzados por las llamas. Adriano de Amaral, de 31 años, murió cuando faltó agua en el camión cisterna que conducía para controlar el fuego; era padre de un niño de 7 años y de un bebé de 20 días. Otro trabajador, Ivanildo Gomes, de 44 años, sufrió quemaduras en 44% de su cuerpo.
Todos los años, cientos de trabajadores son encontrados en condiciones similares en los cañaverales: sin registro de trabajo, sin equipamientos de protección, sin agua o alimentación adecuada, sin acceso a baños e instalados en viviendas precarias. Muchas veces los trabajadores necesitan pagar por instrumentos como botas y machetes. En el caso de accidentes de trabajo, no reciben tratamiento adecuado.
El trabajo esclavo es común en el sector. Los trabajadores son generalmente migrantes de la región nordeste o de Vale de Jequitinhona, estado de Minas Gerais, que fueron seducidos y traídos engañados por intermediarios, los llamados “gatos”, encargados de seleccionar la mano de obra para los ingenios. En 2006, la Fiscalía del Ministerio público inspeccionó 74 ingenios en el estado de São Paulo y todos fueron procesados. En marzo de 2007, fiscales del MTE rescataron a 288 trabajadores en situación de esclavitud en seis ingenios de São Paulo. En otra operación realizada en marzo, el Grupo de Fiscalización de la Comisaría Regional del Trabajo en Mato Grosso do Sul rescató a 409 trabajadores en el cañaveral del ingenio de alcohol Centro Oeste Iguatemi. Entre ellos, había un grupo de 150 indios.
En julio de 2007, fiscales del Ministerio del Trabajo pusieron en libertad a 1.108 trabajadores que cosechaban la caña en la hacienda Pagrisa (Pará Pastoril e Agrícola S.A.), en el municipio de Ulianópolis (Pará), ubicado a 390 km de la ciudad de Belém.
La OIT (Organización Internacional del Trabajo) informa que: “De acuerdo con el auditor fiscal del trabajo y coordinador de la acción, Huberto Célio Pereira, había trabajadores que recibían menos de R$ 10,00 al mes, ya que los descuentos ilegales realizados por la empresa consumían casi todo lo que les tocaba cobrar de sueldo. El auditor informa además que la comida ofrecida a los trabajadores estaba deteriorada y había personas sufriendo náuseas y diarrea. El agua para beber, según el relato de empleados de la hacienda, es la misma utilizada en el riego de la caña y, de tan sucia, parecía un caldo de frijoles. El alojamiento, según Humberto, estaba superpoblado y la cloaca corría a cielo abierto. Venidos en su mayoría desde Maranhão y Piauí, no disponían transporte que los llevara de la hacienda al centro de Ulianópolis, distante 40 kilómetros”.
Soberanía Alimentaria y Agricultura Campesina
Las experiencias de producción de materia prima para agroenergía por parte de pequeños agricultores han demostrado el riesgo de dependencia en relación a grandes empresas agrícolas, que controlan los precios, el procesamiento y la distribución de la producción. Los campesinos son utilizados para dar legitimidad al agronegocio, mediante la distribución de certificados de “combustible social”.
Este modelo causa impactos negativos en comunidades campesinas, ribereñas, indígenas, quilombolas, que tienen sus territorios amenazados por la constante expansión del capital. Además, la falta de una política de apoyo a la producción de alimentos puede llevar a los campesinos a sustituir sus cultivos por agrocombustibles y, con ello, comprometer la soberanía alimentaria. En Brasil, por ejemplo, los pequeños y medianos agricultores son responsables de 70% de la producción de alimentos para el mercado interno.
Investigadores de la Universidad de Minnesota alertan que, para llenar un tanque de combustible es necesario utilizar la misma cantidad de granos que podría alimentar a una persona durante un año.
Francisca Rodríguez, dirigente de la Vía Campesina, denuncia que “los grandes latifundios van a controlar la tierra para alimentar motores y no personas”. Y agrega: “Frente a estos desafíos, tenemos que defender nuestro compromiso con la tierra, mostrando la verdadera cara de estos proyectos y estimulando una discusión profunda sobre el actual modelo de consumo y producción energética. Queremos evitar la destrucción de nuestras tierras, pues sabemos lo que significa el monocultivo extensivo en todos nuestros países”.
Organizaciones sociales en todo el continente amplían las denuncias sobre los efectos destructivos del modelo agrícola basado en el monocultivo concentrador de tierra y renta, destruidor del medio ambiente, utilizador de trabajo esclavo y de superexplotación de la mano de obra. La superación del actual modelo agrícola pasa por la realización de una Reforma Agraria que elimine el latifundio.
Es necesario fortalecer las organizaciones de trabajadores rurales, asalariados y campesinos para construir un nuevo modelo basado en la agricultura campesina y en la agroecología, con producción diversificada, priorizando el consumo interno. Es menester garantizar políticas de subsidios para la producción de alimentos provenientes de la agricultura campesina. El principal objetivo debe ser la garantía de la soberanía alimentaria, pues la expansión de la producción de agrocombustibles agrava la situación del hambre en el mundo. No podemos mantener los tanques llenos y las barrigas vacías.
-- Maria Luisa Mendonça é coordenadora da Rede Social de Justiça e Direitos Humanos.
-- Marluce Melo é coordenadora da Comissão Pastoral da Terra em Pernambuco.
Referencias:
Colonialismo e Agroenergia, Maria Luisa Mendonça e Marluce Melo, América Latina en Movimiento, No. 419, ALAI, Quito, abril 2007.
O Mito dos Biocombustíveis - Edivan Pinto, Marluce Melo e Maria Luisa Mendonça, Brasil de Fato, febrero de 2007.
Expansão da Cana no Brasil: Conseqüências e Perspectivas, Plácido Junior, Comissão Pastoral da Terra, marzo de 2007.
Trabalhadores Rurais: A Negação dos Direitos, Maria Aparecida de Moraes Silva, Seminario Sobre la Industria de la Caña de Azúcar en América Latina, São Paulo- Brasil, febrero de 2007.
How Biofuels Could Starve the Poor, C. Ford Runge and Benjamin Senauer, Foreign Affairs, Mayo/Junio 2007.
If we want to save the planet, we need a five-year freeze on biofuels, George Monbiot, The Guardian, 27 de marzo de 2007.
Especialista: etanol no Brasil é banhado de sangue, http://noticias.terra.com.br/brasil/interna/0,,OI1457398-EI306,00.html
Blitz vê condição degradante na produção de álcool em SP, Folha de S. Paulo, 21 de marzo de 2007.
La soberanía alimentaria, en peligro por el auge de los biocombustibles, La Jornada (México), 7 de febrero de 2007.